domingo, septiembre 05, 2010

Y en cuanto corro la vista hacia lo profundo de la soledad,

también me distancio de la sensibilidad agrietada por tu ausencia.


Y te siento,

como se siente la herida,

como se siente el parto de la concepción.

De la creación generosa de algo,

de un "no sé qué",

de un "lo sé muy bien".

Como se siente, entre otras cosas, el amor y tus extremidades soslayadas en placer.


Estás viva, y te siento,

y me siento, a ratos, en medio de un jolgorio, en medio de un cementerio rojo...

me siento más bien feliz, y miserable.

No reniego de la condición, pero lo siento,

y te siento, y me pregunto si me sientes igual.


Te amo y te dejo ir, no por mis afanes altruistas, sino por que la vida es egoísta.

Da, quita, vuelve a dar y siempre termina por quitar.

Como la luna,

que siempre está llena

y que siempre tiende a menguar.


Te extravío, no te pierdo, y lo siento

y la música me suena a tu voz al despertar,

las palabras no son sino el reflejo de tus pechos desnudos por la madrugada,

colmados cuando cae el primer claro de luz,

siniestrados por el atardecer,

desvanecidos en los aeropuertos,

distanciado por los sueños.


Entiendo y hasta amo el aire mustio de la cobriza desilusión minera,

en el rostro, en muchas partes y grietas del alma, como dos arterias veneosas en el corazón.

Y los recovecos de ser, aguantan incluso la llovizna de ácido, que provoca el adiós.


Un adiós, otro adiós,

y nos comenzamos a llenar y a desvanecer

entre adióses y disculpas:

inexistentes, inevitables, inexorables, inequívocas, aunque indispensables.


Y en cuano miro la ventana, veo tu ventana,

en donde cuelga el bosquejo de tu dulce-salada y marina pelvis,

agotada y perseguida por mis labios, tanto como tu alma por la mía,

que no es mía,

sino nuestra.


Amada, querida.

Luna, estrella,

milagro, mi vida,

devanecimiento y desvanecida

son palabras tan gentiles como fantasiosas,

tan reales como ausentes.

Tan sinónimas como amarte y extrañarte.


Y tan presenntes como el último día,

con su última noche y su último llanto.


No morimos, eso ya había pasado,

sin embargo nos conocimos y revivimos en ideales,

sueños, abrazos como arenas,

besos como cristales.


No morimos, eso ya había pasado,

y es pasado, y fue pisado, como la amargura de no "tenerte",

de soñarte, de llamarte, de esperarte, hasta al fin encontrate.


Como tu miedo de perderme, sin nunca haberme tenido.

Es parte del pasado, tal como nuestros ojos que buscan el rayo de sol,

esperando otra verlo en conjunto, no responden sino al futuro.


Ése, el comprometido y el proyectado,

el jurado y el entregado.

Pero si no morimos, al menos agonizamos.


Organizamos los minutos para volver a desorganizar la agonía,

sufrimos de una enfermedad terminal

que no es otra que el cáncer que genera la distancia,

la extraña y compungida sensación de perder tu presencia

Sin Imginar el Dolor de tu Ausencia...


Y te extravío otra vez en estas palabras,

no te pierdo, lo siento, y lo siento,

pero no es posible dejar en el tendedero a los ojos

para que se sequen con la luz del sol,

Sería entonces, tan difícil como irreal colgarte en el tendedero de mi patio, para que te quedaras.


Y me siento encerrado en la jaula de tus "te amo",

comiendo recuerdos, bebiendo el agua leve que bailó algún día sobre tus pómulos,

corriendo como tratando de escapar de los espacios vacíos,

en la ruedita que está hecha con alambres de "me voy".


Esa jaula que me perturbaba por su estrechés de ilusiones,

hoy se me hace gigante, más grande de lo que quiesiera soportar,

y no la quiero, pero la amo,

y todo me parece "a medio" si no estás...


No me queda entonces, al parecer y a tu parecer,

que seguir rodando,

como ejercitando la paciencia, la calma y mi paz interior.


No me haces mal, pero a veces, me haces muy bien.

Y soy nuevo en esta "lead", en esta lid.

Y soy sensible, y mastico flores,

y soy dependiente, y quiero serlo,

y te amo, pero no quiero dejar de decírtelo la cara,

pues soy también un primerizo.

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