asteado por las consignas sin guerra, los fantasmas de espigas aguijón de escorpiones, sesos vomitados y revueltos en una paila roja por el óxido de viejas tramas, años viejos, viejos malos... sentóse desnudo empapándose de sentimientos intrínsecamente ceñidos a su propia derrota.
caudales y vertientes de mares empetroleados, quizás un brevaje de pétalos marchitos en forma de lágrimas y groseras goteras.
su cabeza, algarabía y estallidos, decretaba la batalla más cruenta y necesaria que debería sortear y que por cierto, lo mantenía herido pese a su propia y viceral armadura.
y así, las vida sin muerte de las guerras se apoderaría de millares de vícitimas como pensamientos, y cientos de jilgueros muertos, entregados a s agónica soledad.
mas nada sería en vano y de algún lgar llamado amazonas eespiritual, cogería lo ´ncio que le restaba sin daños crónicos...
cada paso, cada puñal que narraba -como protagonista, antagonista y testigo- le daban cuenta de la desolasión.
los quijotes de sus ideas se contraponían en perspectiva fundamental y forntal con los remolinos de soledad, inseguridades y serpientes que poseía, en una batalla sin lujos ni jocosidades.
y pese a todo, volvería a pelear, puño a puño hasta acabar con las muuertes putas que se habían encamado con su alma a escondidas, y que lo estancaban como por siempre escandaloso perdedor.
pero el perdedor habría de morir con las mismas rameras vidas que poseía como muertes cogiendo sin descanzo. muertes en sollozo.
lentamente se empoderaba de sus quejas y sus quijotes, y apuntaba en vista directa e inmutable hacia el general, como un francotirador versus un despreciable animal.
Había perdido su armadura lo que, además de darle liviandad, le generaba a su haber victoria sobre noches incesables de mareos y mares; muertes inconclusas y muertes asquerosas, atrapadas en la vestidura de acero insoportable.
dos zapatos rotos, gastados por las pisadas en falso, errores en falso; falsas victorias.
y heridas en todo su cuerpo que no le hacía sino recordar el purgatorio asqueroso, fastuoso y pasado por el que había besado mil besos y por el que había soportado cien mil años.
la victoria era sería, sin tiempos ni pulcritudes; mas sería relativa en términos de tiempo, espacios, miradas, segundos, densidad; e inperfecta como las guerras, como las vidas, como el amor.
caudales y vertientes de mares empetroleados, quizás un brevaje de pétalos marchitos en forma de lágrimas y groseras goteras.
su cabeza, algarabía y estallidos, decretaba la batalla más cruenta y necesaria que debería sortear y que por cierto, lo mantenía herido pese a su propia y viceral armadura.
y así, las vida sin muerte de las guerras se apoderaría de millares de vícitimas como pensamientos, y cientos de jilgueros muertos, entregados a s agónica soledad.
mas nada sería en vano y de algún lgar llamado amazonas eespiritual, cogería lo ´ncio que le restaba sin daños crónicos...
cada paso, cada puñal que narraba -como protagonista, antagonista y testigo- le daban cuenta de la desolasión.
los quijotes de sus ideas se contraponían en perspectiva fundamental y forntal con los remolinos de soledad, inseguridades y serpientes que poseía, en una batalla sin lujos ni jocosidades.
y pese a todo, volvería a pelear, puño a puño hasta acabar con las muuertes putas que se habían encamado con su alma a escondidas, y que lo estancaban como por siempre escandaloso perdedor.
pero el perdedor habría de morir con las mismas rameras vidas que poseía como muertes cogiendo sin descanzo. muertes en sollozo.
lentamente se empoderaba de sus quejas y sus quijotes, y apuntaba en vista directa e inmutable hacia el general, como un francotirador versus un despreciable animal.
Había perdido su armadura lo que, además de darle liviandad, le generaba a su haber victoria sobre noches incesables de mareos y mares; muertes inconclusas y muertes asquerosas, atrapadas en la vestidura de acero insoportable.
dos zapatos rotos, gastados por las pisadas en falso, errores en falso; falsas victorias.
y heridas en todo su cuerpo que no le hacía sino recordar el purgatorio asqueroso, fastuoso y pasado por el que había besado mil besos y por el que había soportado cien mil años.
la victoria era sería, sin tiempos ni pulcritudes; mas sería relativa en términos de tiempo, espacios, miradas, segundos, densidad; e inperfecta como las guerras, como las vidas, como el amor.